En 1924, cuando el cine mudo estaba en su apogeo y Hollywood todavía soñaba en blanco y negro, Erich von Stroheim estrenó Avaricia (Greed), una película que, aún hoy, es sinónimo de ambición artística desbordada y tragedia cinematográfica. Pocas veces un filme ha encarnado tan bien su propio título: una historia sobre la codicia que fue devorada, literalmente, por la avaricia de los estudios.
El sueño imposible de Erich von Stroheim
Erich von Stroheim, actor y director austriaco nacionalizado estadounidense, era conocido como “el hombre que amaba el detalle hasta la locura”. Exigía autenticidad hasta extremos impensables: rodaba en escenarios reales, usaba luz natural y pedía a los actores vivir sus personajes incluso fuera del set. Su reputación de perfeccionista y su carácter autoritario le ganaron el apodo de “el hombre que mató a la Metro”.
Con Avaricia, basada en la novela McTeague (1899) de Frank Norris, Stroheim quiso filmar no una historia, sino una radiografía moral de la condición humana. Su propósito era retratar la miseria espiritual que la obsesión por el dinero produce, sin concesiones ni artificios melodramáticos. En un Hollywood que empezaba a industrializar su maquinaria narrativa, Stroheim quería seguir siendo un artista europeo entre productores americanos.

Una epopeya del realismo extremo
El rodaje fue un calvario que duró más de un año. Stroheim insistió en filmar en las verdaderas localizaciones del libro: desde las calles miserables de San Francisco hasta el abrasador Valle de la Muerte. La producción llegó a generar más de 85 horas de metraje, lo que equivaldría a unas nueve horas de película final.
El director montó una versión de más de ocho horas, que consideraba la única completa y coherente, una obra que debía proyectarse en dos días con un intermedio. Pero la Metro-Goldwyn-Mayer —recién fundada y deseosa de imponer orden en su nuevo imperio— no lo permitió. El productor Irving Thalberg contrató a otros montadores para reducirla primero a cuatro horas y finalmente a dos, destruyendo el resto del material original.
De aquel recorte brutal —casi bíblico— solo sobrevivieron fragmentos, fotografías y la leyenda de lo que pudo ser. Stroheim, humillado, declaró que habían “asesinado a su hijo”.
Una historia de codicia, amor y ruina
El argumento sigue la vida de McTeague (Gibson Gowland), un dentista sin título que vive modestamente en San Francisco. Su amistad con Marcus (Jean Hersholt) se resquebraja cuando ambos se enamoran de Trina (ZaSu Pitts), una joven que gana una lotería de 5.000 dólares —una fortuna en aquella época—. El dinero, lejos de traer felicidad, se convierte en un veneno moral que los corroe.
Trina se vuelve avara, Marcus envidioso, y McTeague, atrapado entre la pobreza y la frustración, se precipita hacia la tragedia. La escena final, rodada en pleno desierto del Valle de la Muerte, es uno de los desenlaces más célebres del cine mudo: dos hombres encadenados, uno muerto, el otro atrapado sin agua, rodeado por una inmensidad de arena. La metáfora visual es tan poderosa como el propio título.

Un realismo adelantado a su tiempo
Lo que hoy fascina de Avaricia no es solo su historia, sino su mirada despiadada y moderna. Stroheim renunció al artificio teatral habitual en el cine de los años 20. Usó iluminación natural, maquillaje mínimo y escenarios reales. Mostró la suciedad, el sudor, la fealdad y la pequeñez humana con una franqueza inédita.
Su cámara no embellece: observa. Y en esa observación minuciosa —de los gestos, las miradas, los objetos cotidianos— se anticipan los grandes movimientos realistas del cine posterior, desde el neorrealismo italiano hasta el cine de los hermanos Dardenne.
Recepción y legado
Cuando se estrenó, la crítica quedó desconcertada. Muchos la consideraron una obra maestra mutilada; otros, un experimento excesivo e incomprensible. El público no acudió en masa. La MGM la relegó al olvido y Stroheim quedó marcado como un director problemático, lo que prácticamente truncó su carrera en Hollywood.
Pero el tiempo la reivindicó. En los años 50 y 60, críticos como André Bazin y François Truffaut la consideraron una de las cumbres del realismo cinematográfico. En 1953, la revista Sight & Sound la incluyó entre las diez mejores películas de la historia. Y en 1991, la Turner Entertainment restauró parcialmente la versión original combinando los fragmentos supervivientes con fotografías fijas del metraje perdido, devolviéndole parte de su alma.
Hoy, Greed es considerada una obra maestra maldita, un testimonio de lo que el cine puede ser cuando un artista se atreve a mirar más allá de los límites comerciales.

Una lección sobre el arte y la codicia
Paradójicamente, la historia de la película se convirtió en su propio argumento. La codicia que destruye a los personajes fue la misma que mutiló la obra: la avaricia de los estudios por controlar el tiempo, el dinero y la emoción. Stroheim fue víctima de su propia visión desmesurada y del sistema que no podía contenerla.
Su fracaso, sin embargo, engendró un mito. Cada generación de cineastas —de Orson Welles a Paul Thomas Anderson— ha visto en Stroheim un mártir del arte, alguien que filmó con una intensidad que Hollywood nunca volvió a permitir.
Ficha técnica
Título original: Greed
Director: Erich von Stroheim
País: Estados Unidos
Año: 1924
Género: Drama psicológico, realismo social
Reparto principal: Gibson Gowland, ZaSu Pitts, Jean Hersholt
Guion: Erich von Stroheim (basado en la novela McTeague de Frank Norris)
Fotografía: Ben F. Reynolds, William H. Daniels
Duración original: más de 480 minutos (versión reducida: 140 min)

El oro que nunca se fundió
Avaricia es más que una película: es una advertencia sobre los límites entre arte y poder. Su metraje perdido sigue siendo un símbolo del precio que el arte paga cuando se enfrenta a la industria. Y cada vez que un cineasta lucha por preservar su visión frente a los intereses del estudio, el fantasma de Stroheim sonríe, recordándonos que hay tesoros que el oro no puede comprar.
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