En plena Gran Depresión, cuando millones de estadounidenses hacían cola por un trozo de pan y el polvo cubría los campos del Medio Oeste, un economista llamado Roy Emerson Stryker ideó una misión improbable: enviar fotógrafos por todo el país para retratar no la miseria, sino la dignidad. Aquello no fue solo un proyecto documental, fue una expedición hacia lo invisible, una tentativa de capturar el alma de América con una cámara. En este artículo te cuento cómo ese proyecto del New Deal cambió la historia de la fotografía y reveló una verdad que aún hoy resuena.
Dicen que Walker Evans solía viajar con una copia de Madame Bovary en la maleta. Mientras otros fotógrafos cargaban lentes y trípodes, él llevaba novelas. Decía que la fotografía, como la literatura, debía aprender a mirar lo que está a punto de desaparecer. Y quizás fue esa sensibilidad, más que la técnica, la que convirtió al proyecto de Roy Emerson Stryker en algo más que propaganda gubernamental.
Stryker no era fotógrafo. Era economista, sociólogo, un hombre que creía en el poder de la imagen tanto como en las estadísticas. En los años treinta, cuando Roosevelt lanzó el New Deal para rescatar a un país exhausto, Stryker dirigía la Farm Security Administration (FSA), una agencia encargada de documentar la situación rural de Estados Unidos. Pero lo que él hizo fue mucho más que documentar: convocó a un grupo de fotógrafos —Dorothea Lange, Walker Evans, Gordon Parks, Ben Shahn, Russell Lee, Arthur Rothstein, Marion Post Wolcott— y los envió a los caminos polvorientos, a los campos arrasados, a los pueblos donde la esperanza tenía grietas.
“Tu trabajo no es hacer arte,” les decía Stryker. “Tu trabajo es mostrar América a los americanos.”
Pero, paradójicamente, fue precisamente esa consigna la que produjo arte.
Una nación en negativo
Dorothea Lange, antes de unirse al proyecto, trabajaba retratando a la élite de San Francisco. Un día, al salir de su estudio, vio una fila interminable de hombres desempleados bajo la lluvia. Dejó su cámara sobre el pecho y disparó. Esa imagen cambió su destino. Poco después, Stryker la contrató.
Fue Lange quien, en 1936, tomó la fotografía más icónica del siglo XX: Migrant Mother. Florence Owens Thompson, una madre con el rostro surcado por la fatiga, sostiene a sus hijos entre mantas raídas. Lo que muchos ignoran es que Florence no sabía que esa foto recorrería el mundo; tampoco que Stryker, al verla, lloró.
Años más tarde confesó: “No buscábamos belleza. Buscábamos verdad. Pero la verdad a veces es bella de un modo que duele.”
Las imágenes de la FSA eran frías en su realismo, pero cálidas en su humanidad. Cada fotografía era una carta dirigida al futuro, una súplica silenciosa para que el sufrimiento no se repitiera. Stryker solía perforar con un punzón los negativos que no aprobaba —una pequeña herida circular en la emulsión—, pero incluso esos descartes, años después, serían considerados tesoros.

La mirada que transformó la historia
Gordon Parks, el primer fotógrafo negro contratado por la FSA, decía que su cámara era su arma contra la injusticia. En una ocasión retrató a Ella Watson, una mujer afroamericana que limpiaba oficinas en Washington. La fotografió sosteniendo una escoba frente a la bandera de Estados Unidos. La llamó American Gothic. Stryker, al ver la imagen, suspiró y murmuró: “Esto es exactamente lo que necesitamos... y exactamente lo que nos traerá problemas.”
No se equivocó. Pero eso era el proyecto FSA: un acto de fe en la posibilidad de mirar sin desviar la vista.
Entre 1935 y 1944, el equipo de Stryker tomó más de 170.000 fotografías. A través de ellas, un país se miró a sí mismo por primera vez. Lo que emergió no fue solo la pobreza, sino la resiliencia, la ternura escondida en los márgenes, la poética del polvo y la dignidad de lo ordinario.

Un espejo en blanco y negro
Las fotografías de Stryker y su equipo no pretendían ser eternas, pero lo fueron. No querían hacer historia, pero la hicieron. Quizás porque, como todo lo auténtico, nacieron de la urgencia y del misterio.
Hoy, en una época saturada de imágenes, sus fotos siguen recordándonos algo esencial: que la mirada puede ser un acto de justicia. Que detenerse frente a una imagen, o frente a una frase, es resistir el olvido.
Y entonces, uno se pregunta:
¿cuántas cosas verdaderamente importantes seguimos sin ver porque nadie las está mirando del modo correcto?

Jack Delano / Feria del Estado de Vermont, en Rutland
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