El nacimiento de una nación (1915): la película que cambió el cine… y dividió a un país

Contemplación, fotografía y cine - Comentarios -

Hay películas que son más que películas: son espejos deformados de una época, artefactos que sacuden el curso de la historia. El nacimiento de una nación (David W. Griffith, 1915) pertenece a esa estirpe rara. Es, a la vez, una obra maestra técnica que revolucionó el lenguaje cinematográfico y un manifiesto político que avivó heridas raciales en Estados Unidos. En sus casi tres horas de duración, el cine dejaba de ser feria para convertirse en historia… aunque no siempre en la dirección que desearíamos.

Una epopeya fundacional en blanco y negro

Estrenada en Los Ángeles en 1915, la cinta de Griffith adaptaba la novela The Clansman de Thomas Dixon Jr., un relato marcado por la nostalgia del Sur esclavista y la glorificación del Ku Klux Klan. Rodada con un presupuesto desorbitado para la época —alrededor de 100.000 dólares— y más de 18.000 extras, fue la superproducción que inauguró la idea moderna de “blockbuster”.
El reparto lo encabezaban Lillian Gish, musa de Griffith, junto a Henry B. Walthall y Mae Marsh. Ninguno de ellos sospechaba que estaban participando en un artefacto cultural que marcaría un antes y un después en la industria.
Griffith, el “padre del cine moderno”

David Wark Griffith, hijo de un coronel confederado, tenía ya experiencia en los estudios Biograph, pero con El nacimiento de una nación encontró su campo de pruebas definitivo. Allí desplegó un arsenal narrativo que hoy damos por sentado:
Primeros planos y planos detalle que intensificaban la emoción.
Montaje paralelo para generar tensión entre acciones simultáneas.
Escenas de masas filmadas con coreografías precisas, que convertían la historia en espectáculo épico.
Griffith entendía que el cine no era solo registrar imágenes, sino organizarlas con ritmo, como si cada corte fuese un latido.

Innovaciones que marcaron escuela

Además del montaje, la película introdujo recursos narrativos y técnicos decisivos:
Uso dramático de la iluminación y el claroscuro, heredados de la pintura.
Escenas de batalla coreografiadas, precursoras de los grandes relatos bélicos.
Una banda sonora original, compuesta para acompañar las proyecciones, algo inusual en 1915.
Cada innovación fue como abrir una ventana hacia lo que el cine podía llegar a ser: emoción total.
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Un éxito arrollador… y polémico

El público quedó fascinado. Recaudó más de 60 millones de dólares en taquilla, cifra colosal para la época. Pero el éxito vino acompañado de rechazo. Organizaciones como la NAACP (Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color) protestaron contra su representación racista de los afroamericanos, encarnados por actores blancos maquillados con blackface.
Las protestas no evitaron que la película se proyectara en la Casa Blanca ante el presidente Woodrow Wilson, quien, según la leyenda, exclamó: “Es como escribir la historia con relámpagos”.

Anécdotas y sombras del rodaje

Entre las curiosidades del rodaje:
Griffith recurrió a caballos entrenados en Hollywood para filmar las persecuciones del Ku Klux Klan, creando secuencias de acción que aún hoy sorprenden por su dinamismo.
El rodaje fue tan extenso que los técnicos bautizaron los decorados como “la fábrica Griffith”.
Se dice que la película inspiró un resurgimiento del propio Ku Klux Klan, que utilizó sus imágenes como propaganda.

El legado incómodo

Cinematográficamente, El nacimiento de una nación es el acta de nacimiento del cine narrativo moderno. Políticamente, es un recordatorio de cómo el arte puede legitimar ideologías peligrosas. El cine aprendió a contar mejor, pero también a manipular mejor.
Aquí late una paradoja fascinante: ¿podemos admirar la forma y repudiar el fondo? ¿Podemos separar belleza y veneno?
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Una resonancia personal

Mientras investigaba la película, recordé una escena de mi propia novela: dos personajes contemplan una representación teatral donde lo sublime y lo terrible conviven en el mismo escenario. Aquella imagen me ayudó a comprender mejor el dilema de Griffith: cómo algo que deslumbra a los ojos puede oscurecer el alma.
Quizá el cine, como la literatura, no esté hecho para darnos certezas, sino para enfrentarnos a esa incómoda contradicción.

El nacimiento de una nación sigue siendo una película imposible de mirar con ingenuidad: pionera en lo artístico, tóxica en lo ideológico. Su grandeza técnica no borra su mancha moral. Pero tal vez esa tensión sea la que la mantiene viva en el debate cinéfilo.

Y tú, lector, ¿qué pesa más cuando miras una obra de arte: la belleza de su forma o la verdad —incómoda— de su contenido?


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